La competencia traductora
Como definición básica y sucinta de competencia traductora profesional podríamos sugerir la capacidad de ejecutar de forma eficaz y eficiente los encargos de traducción. Se trata, por tanto, de un concepto que intenta rendir cuenta de todo lo que permite traducir de la mejor forma posible. Con el advenimiento en Europa de los tiempo de la convergencia europea (desde la Declaración de Bolonia de 1999), la competencia profesional es, además, el concepto que marca la evolución de la formación universitaria. El Documento-Marco sobre la Integración del Sistema Universitario Español en el Espacio Europeo de Enseñanza Superior (Ministerio de Educación, 2003) expone:
Los objetivos formativos de las enseñanzas oficiales de nivel de grado deben tener, con carácter general, una orientación profesional, es decir, deben proporcionar una formación universitaria en la que se integren armónicamente las competencias genéricas básicas, las competencias transversales relacionadas con la formación integral de las personas y las competencias más específicas que posibilitan una orientación profesional que permita a los titulados una integración en el mercado de trabajo [...]. Estas titulaciones se deben diseñar en función de unos perfiles profesionales con perspectiva nacional y europea y de unos objetivos que deben hacer mención expresa de las competencias genéricas, transversales y específicas (conocimientos, capacidades y habilidades) que se plantean alcanzar.
El documento recoge dos tipos básicos de competencias, que son:
- Competencias genéricas o transversales, que preparan el estudiante para vivir en la sociedad actual (herramientas de trabajo intelectual, de relación con la sociedad y de adaptación a entornos cambiantes).
- Competencias específicas, las propias de la disciplina en que se forma el estudiante.
El concepto de competencia en este contexto, y el que se está abriendo paso en la nueva programación del espacio europeo (González y Wagenaar, 2003: 79-80), es la integración de conocimientos teóricos y aplicados, aptitudes, destrezas y responsabilidades que permiten conocer y comprender, actuar y ser de manera que puedan ejecutarse con suficiencia las tareas requeridas.
En el ámbito de la traductología, la competencia traductora es, como objeto de estudio, un interés con una presencia notable en la bibliografía especializada. Los estudios que permiten tratarla aisladamente y diferenciarla, sobretodo, de la competencia lingüística empiezan entre la década de los setenta y de los ochenta (Wilss, 1976, Harris y Sherwood, 1978, Delisle, 1980, Lowe, 1987) y adoptan prioritariamente desde los inicios enfoques cognitivos, dado que la competencia se estudia a partir de la traducción como proceso (la mente del traductor) y no como producto (el texto traducido). Las propuestas han ido incorporando complejidad y la bibliografía se afirma año tras año (Toury, 1984, Tirkkonen-Condit, 1989, Bell, 1991, Kussmaul, 1995, Tricàs i Preckler, 1995, Alves dos Santos, 1997, Shreve y Koby, 1997, Risku, 1998, Hurtado Albir, 1999a, Neubert, 2000, Orozco Jutorán, 2000, PACTE, 2000, Presas, 2000, Schäffner y Adab, 2000, Agost y Monzó, 2001, Künzli, 2001, Kelly, 2002, Alves dos Santos, 2003, PACTE, 2003, Pym, 2003, PACTE, 2005). En estos momentos, los avances en la definición y descripción del concepto son notables y, entre estas investigaciones, queremos destacar la del grupo PACTE, de la Universidad Autónoma de Barcelona, que se ha dedicado con intensidad y, en cerca de una década, ha presentado un amplio desarrollo del concepto a través de metodologías de investigación experimental.
Para PACTE, la competencia traductora es el sistema subyacente de conocimientos necesarios para traducir (PACTE, 2001: 39, 2005: 610) y se puede entender como la interrelación de un conjunto de subcompetencias. Los distintos componentes de la competencia traductora están interrelacionados y es precisamente la combinación de todos ellos (Pym, 1992, Neubert, 2000), y no las subcompetencias particulares, la que distingue la traductora de otros perfiles de competencia profesional. Esta importancia de la combinación frente a la mera presencia permitiría que un traductor pueda ejercer con éxito pese a tener deficiencias notables en alguna de las subcompetencias (Mayoral Asensio, 2001: 111).
Los avances en la definición y la descripción de las distintas subcompetencias nos ayudan a programar la formación del traductor con mucha más confianza y a guiarlo en el proceso de desarrollar conocimientos, destrezas, habilidades y actitudes que lo lleven a ejecutar con éxito la tarea que la sociedad en general y su campo profesional en particular le demandan. En el proyecto que expongo en este artículo, partí de una revisión de los modelos existentes sobre la que planteé un modelo de subcompetencias adecuado para la traducción jurídica. A partir de aquí, el proyecto se centró en dos subcompetencias necesarias pero auxiliares en las asignaturas involucradas: la competencia temática (en el campo del derecho) y la competencia traductológica.
Figura 1
Figura 1. Componentes de la competencia experta en traducción
La competencia temática: conocimientos operativos del derecho, desde una perspectiva comparada
En el modelo utilizado, a diferencia de otros, la competencia temática aparece separada de la competencia extralingüística. Esta distinción se fundamenta en la propuesta de Kelly (2002), quien sugiere separar los conocimientos culturales de los conocimientos temáticos. Aunque podemos entender que la cultura abraza los conocimientos enciclopédicos, sociales y también los temáticos, puede resultar útil programar el aprendizaje teniendo en cuenta objetivos distintos y progresiones diferentes para los conocimientos vinculados a los diferentes ámbitos de especialización (frente a otros conocimientos culturales).
En el caso de la traducción jurídica, el papel de la competencia temática dentro de la competencia traductora profesional ha sido objeto de debate en la disciplina (Engberg, 2002, Mayoral Asensio, 2005). En el proyecto, se observa, por una parte, las competencias que deben poner en práctica los juristas y, por otra, las que se requieren para gestionar conocimientos especializados. La figura 2 sintetiza las competencias que deberá adquirir quien practica el derecho (Borja Albi, 2005), y que son diferentes de los conocimientos operativos de esta disciplina que requiere el traductor (Valderrey Reñones, 2002).
Figura 2
Figura 2. Componentes de la competencia experta en derecho
Adquirir estas competencias en el caso de los traductores del derecho sería tan innecesario como poco rentable. Los profesionales de la traducción jurídica tienen unas necesidades marcadas por el método de trabajo que desarrollan y que esquematizo de la siguiente forma como propuesta para el diseño de actividades de formación:
Figura 3
Figura 3. Modelo de método de trabajo desarrollado para la traducción jurídica
Para la comprensión del texto, el traductor requiere conocimientos conceptuales y textuales; conocimientos traductológicos en las actividades de transferencia; y conocimientos conceptuales y textuales sobre el tema tratado, de nuevo, en la expresión del texto traducido, o texto meta. Los conocimientos temáticos, por tanto, son los relacionados con el texto original (que el traductor debe poder comprender) y con el texto meta (al que el traductor trasvasa el contenido semántico, pragmático y estilístico del texto original de acuerdo con el sistema de prioridades definido), que, como comentábamos al inicio de esta contribución, se enmarcan en dos sistemas jurídicos (quizá también familias jurídicas) diferentes:
Figura 4
Figura 4. Conocimientos operativos del derecho, desde una perspectiva comparada
Es necesario organizar los conocimientos de forma sistemática para poder aplicarlos y entender las relaciones que se establecen entre ellos, pero también para poder relacionar conocimientos y casos nuevos en el momento en que el futuro traductor se enfrente a los encargos de su actividad profesional. Esta idea fue la que guió la selección de contenidos jurídicos para las actividades de formación virtual que se pretendían diseñar.
Selección de contenidos de derecho para traductores
Las competencias que hemos tratado en el epígrafe anterior serían el objetivo final de todo programa de formación y se desplegarían en un programa docente a través de los objetivos generales, intermedios y específicos (cf. Hurtado Albir, 1999b). Con una estructuración básica, competencias y objetivos serían el porqué de la enseñanza (el estudiante de traducción aprende para ejercer), mientras que los contenidos y su ubicación temporal en la formación del futuro traductor serían el qué y el cuándo. Los contenidos que se plantean a los estudiantes están disponibles en un aula virtual durante todo el curso. Con todo, se les dirige a ellas tanto en las asignaturas de traducción jurídica, donde se indica a los estudiantes qué contenidos podrían desarrollar oportunamente sus destrezas, como en las tutorías, en las que las recomendaciones se ajustan al perfil personal de los estudiantes, a sus puntos fuertes y débiles.
En cuanto a los contenidos temáticos, hemos seleccionado, por una parte, una serie de conocimientos básicos para la traducción jurídica. Por otra, hemos querido incidir en unas destrezas clave que permiten que el futuro traductor lleve a cabo con eficacia el proceso descrito.
Contenidos básicos |
Destrezas básicas |
- Grandes sistemas jurídicos
- Las ramas del derecho con mayor volumen de traducción
- Los agentes del derecho
|
- Identificación de conceptos
- Rigor interpretativo
- Gestión de la densidad conceptual
|
Esta selección, se estructura en los temas que se muestran en la figura 5.
Figura 5
Figura 5. Contenidos de derecho seleccionados
La competencia traductológica: conocimientos traductológicos operativos
La denominación de la competencia traductológica es un término encuñado por el grupo PACTE, ya mencionado. La definición de los contenidos, pese a ello, se ha adoptado de otras reformulaciones (Monzó, 2006) en función de los intereses propios de nuestro equipo, con la intención de favorecer la formación específica en traducción jurídica. Desde esta definición, la competencia traductológica engloba, además de conocimientos explícitos de técnicas, metodologías y estrategias de traducción, otros sobre la práctica profesional. Este conocimiento del ejercicio profesional debería hacer referencia a la estructura social, a lo que se entiende por traducción en una determinada cultura, las posibilidades de actuación de los traductores, las expectativas de los clientes, las consideraciones de los encargos, las necesidades y vías de mejora social, etc. En esta misma subcompetencia podríamos situar los conocimientos, destrezas y habilidades que se actualizan en las relaciones interpersonales y que permiten a los traductores interactuar con clientes, autores, expertos de otros ámbitos y trabajar en equipo con otros colegas (Kelly, 2002).
De cara al diseño de objetivos de aprendizaje, habría que incluir también los conocimientos, habilidades, destrezas y actitudes necesarias para gestionar proyectos de traducción, tanto por la necesidad del mercado profesional como por la del colectivo profesional. En el desarrollo de una profesión, pasa a ser esencial que la élite administrativa (los cargos intermedios de supervisión) que controla y gestiona diariamente el trabajo de los profesionales forme parte del mismo grupo, comparta la misma formación y pueda interpretar los problemas desde la misma visión que tienen quien los solucionan (Freidson, 2001). Gestionar el trabajo de traducción atendiendo a parámetros traductológicos sería una reivindicación profesional que empieza ya a dar frutos y para la que las universidades necesitan formar a los licenciados.
Esta redefinición de la subcompetencia traductológica quedaría descrita como la integración de las capacidades siguientes:
- Capacidad para aplicar las herramientas intelectuales de la disciplina: conocer las opciones metodológicas y técnicas, las modalidades de traducción, la terminología propia, etc.
- Capacidad para ejercer desde el profesionalismo: entender los encargos de traducción, las situaciones, las expectativas de los clientes, las relaciones del traductor con otros agentes productores y receptores, las reivindicaciones del grupo y las posibilidades de actuación individual.
- Capacidad para relacionarse en sociedad: habilidades para interactuar con clientes, autores, expertos de otros ámbitos, para trabajar en equipo con otros traductores, para gestionar equipos de traductores.
Selección de contenidos traductológicos para futuros profesionales
De acuerdo con el modelo de proceso de trabajo en traducción jurídica diseñado, se han seleccionado una serie de conocimientos vinculados a la competencia traductológica que se consideraron necesarios como refuerzo y complemento de las asignaturas de la titulación. Los conocimientos son los que recoge la figura 6 y hacen referencia a conceptos generales de la práctica, a conocimientos formales sobre las traducciones, a las destrezas intelectuales y las competencias comunicativas vinculadas al ejercicio, y también a otras destrezas profesionales vinculadas con las tecnologías y el mercado. En la última revisión de contenidos, la sistematización ha quedado de esta forma, pese a que no tiene más pretensión que ser un modelo de trabajo:
Figura 6
Figura 6. Conocimientos traductológicos operativos para la práctica de la traducción jurídica
A partir de esta conceptualización, se ha desarrollado un temario de diez unidades que se muestra en la figura 7.
Figura 7
Figura 7. Contenidos traductológicos seleccionados
Estructuración y diseño de actividades
En cuanto a la segunda cuestión, el cuándo de la enseñanza, se han estructurado los contenidos que se ponen a disposición del estudiantado en dos aulas virtuales diferentes. En la primera se sirven los contenidos más afines con las asignaturas de tercer curso de la titulación (estructurada en cuatro años), mientras que las que serían auxiliares de las asignaturas del último curso de la licenciatura.
Las actividades se han ofrecido siempre que ha sido posible en forma de cuestionario autocorrectivo, para que el estudiantado contase con completa autonomía en el seguimiento de las actividades. A menudo, se incluyen enlaces a recursos en línea y bibliográficos que pueden completar los contenidos que se sirven, de forma que el estudiantado no se sienta limitado a las actividades del Aula Virtual (http://aulavirtual.uji.es).
La figura siguiente muestra un ejemplo de actividad de contenido jurídico. La estructura es la de un archivo de diapositivas con nociones llave que se trabajan en asignaturas troncales. Después de la proyección de las distintas diapositivas, el estudiante debe contestar correctamente una pregunta por poder continuar con la presentación.
Figura 8. Ejemplo de actividad vinculada a contenidos jurídicos
La figura 9 muestra un ejemplo de actividad vinculada a contenidos traductológicos.
Figura 9
Figura 9. Ejemplo de actividad vinculada a contenidos traductológicos
Evaluación y perspectivas
Las asignaturas de traducción jurídica de la Licenciatura en Traducción e Interpretación deben ofrecer al futuro traductor herramientas y conocimientos para trabajar con condicionantes específicos. Sin ser un agente social que ejecuta el derecho, el traductor de esta especialidad necesita una competencia operativa para entender y hacer entender unos contenidos desarrollados por agentes especializados que interpretarán, al recibir la traducción, otros agentes especializados que se insertan en una tradición diferente. Desde hace años, el grupo de investigación GITRAD (www.gitrad.uji.es) intenta poner en marcha iniciativas que nos permitan ofrecer esta formación a unos estudiantes que la requieren como base por poder acometer las tareas de traducción. Se proponen lecturas obligatorias y optativas en derecho y traducción, se ofrecen cursos propios en materias imprescindibles del derecho, se proyectan películas de temática jurídica, y también se ofrecen textos didácticos para que el estudiante adquiera los conocimientos de forma autónoma. La densidad del lenguaje y de los conceptos que éste transmite, la redacción y la tradición que envuelve plantean a los estudiantes retos a los que no están acostumbrados. Por ello, el diseño de los programas de estas asignaturas debe representar el peso que los componentes actitudinales tienen en la adquisición de la competencia temática y las metodologías deben permitir constatar que el estudiante va adquiriéndola a un ritmo ajustado al resto de asignaturas, aunque se planteen las actividades como formación autónoma.
Por otro lado, solucionar los problemas del trasvase intercultural de información jurídica requiere unas herramientas intelectuales que se inscriben dentro del campo de la traductología. En las asignaturas de traducción jurídica se explicitan conceptos vinculados a los géneros textuales, a la investigación terminológica, a los procedimientos de traducción, al análisis textual, etc. pero la mayoría de estudiantes requiere un trabajo específico con los conceptos, aunque su función en algunos casos se limite a recordar contenidos de materias teóricas que ya han cursado.
Por los condicionantes mencionados, tanto la subcompetencia temática como la traductológica se prestan, en un curso de traducción jurídica, a la formación virtual autónoma. Con los contenidos y las actividades diseñadas en este proyecto, se cuenta con un apoyo básico. Con todo, se espera ampliar los propósitos iniciales del curso, tanto en lo que respecta al número de estudiantes beneficiario como a la cantidad de materiales y temas incluidos. Siguiendo con el espíritu de la investigación en la acción educativa, el proyecto no se ha programado de modo lineal, sino que pretende mejorar la experiencia de los estudiantes a través de la intervención y, al mismo tiempo mejorar, esa intervención a partir del trabajo con los beneficiarios de la acción. Se trata, al fin y al cabo, de una investigación intersubjetiva que se plantea desde un paradigma activo, que legitima la intervención de los investigadores en la realidad que estudian, tanto la realidad profesional (Monzó, 2005) como la formativa (de Terra y Sawyer, 1998, Kiraly, 2001, Sawyer, 2004, de Manuel, 2007), y que se permite modificar modelos y metodologías a medida que avanza, con el único fin de servir del mejor modo posible a la comunidad hacia la que se dirige.
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